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La historia cuenta que un Rey hindú perdió a su hijo en una batalla, un buen día un brahman se presentó y le dio a conocer el juego del ajedrez, el Rey comprendió el significado de la muerte de su hijo mediante el juego y le ofreció una recompensa. El brahamn pidió al Rey lo siguiente: 1 grano de trigo por la primera casilla del tablero, 2 granos por la segunda, 4 por la tercera, 8 por la cuarta y así sucesivamente doblando la cantidad en cada casilla. Al final la suma mantiene un crecimiento exponencial hasta llegar a 2×10 con exponente 19, una cantidad de granos equivalente a la biomasa del planeta tierra e imposible de pagar.

Lo que el brahamn no podía visualizar o contabilizar en primera instancia era la naturaleza exponencial del problema que le planteaba el tablero de ajedrez, y es justamente este tipo de crecimiento exponencial lo que se encuentra en el epicentro de lo que se conoce como “transformación digital”.

La ley de Moore es actualmente el arquetipo de lo que representa y significa la transformación digital, la cual predice el continuo crecimiento exponencial del poder de procesamiento de las computadoras.

La transformación digital de hecho empezó en la década de 1950, en el marco de lo que se ha llamado “la revolución digital” y la incorporación del álgebra booleana que ya comentamos en la primera parte. Las primeras industrias que vieron este tipo de transformación fueron, por ejemplo, los relojes digitales y eventualmente una de las más famosas, la industria musical que pasó comercialmente al formato de disco compacto.

Actualmente, y siguiendo la ley de Moore, la transformación digital es impulsada por los desarrollos en áreas como inteligencia artificial (IA), Big Data, Machine Learning y robótica, todo ellos impulsando la curva exponencial cada vez más al mismo tiempo que se abre una brecha entre por un lado la tecnología y por otro lado la sociedad y la cultura.

La brecha que se dispara entre el crecimiento exponencial de la tecnología y la incapacidad de la sociedad y la cultura para seguir este crecimiento es de naturaleza disruptiva, dicha disrupción tiene su rostro más visible en las empresas o industrias que no se saben adaptar o en las industrias que surgen como nuevos modelos de negocio, tal es el caso de desarrolladoras de software y aplicaciones que dan un nuevo valor y experiencia a los consumidores, Uber es el ejemplo clásico de este nuevo modelo de negocio.

En términos cualitativos, por ejemplo, la disrupción entre tecnología y cultura implica una nueva percepción del tiempo, nuestra experiencia del tiempo ha cambiado en función de la rapidez tanto en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios pero sobre todo de información en forma de imágenes, audio y texto que circula por el ciberespacio.

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